16 may 2022

Cultivar la memoria no la memorización

Nuestra sociedad ha cambiado. Vivimos en un mundo en donde tenemos cualquier información al alcance de un clic en el ordenador o el móvil. 

La memorización ha perdido una gran parte de su poder en el aprendizaje. En la antigüedad, con poco acceso de la población a los libros o escasas bibliotecas públicas (por no decir ninguna en algunos pueblos pequeños), el conocimiento que no se había memorizado no se poseía.

Los maestros poseían muchos conocimientos que debían transmitir a los alumnos porque de otra forma nunca los sabrían. En el siglo XIX, si un niño no sabía las capitales de los países, era muy difícil que pudiera encontrar esa información, puesto que en la mayor parte de los hogares no había enciclopedias y en muchos municipios pequeños no había bibliotecas. 

Así pues, la memorización tenía un papel importante. Pero en la actualidad ya no es así, porque tenemos toda la información que necesitamos almacenada en el ordenador (muchos niños de bachillerato guardan los apuntes en el ordenador y los pueden recuperar cuando quieran, incluso los hay que graban las clases en audio) o también están disponibles en Internet, y en la mayoría de municipios ya existen bibliotecas (en las escuelas también), con lo que es fácil en poco tiempo acceder a la información que precisemos. Almacenar datos en la memoria ya no es de vital importancia. Por lo tanto, se plantean algunos interrogantes básicos: ¿debemos insistir en memorizar? ¿No sería bueno enseñar a los niños a buscar la información y a distinguir la válida de la engañosa? ¿Por qué en muchos exámenes
todavía se da prioridad a la teoría en lugar de a la práctica?

Seguir priorizando la memoria como indicador del conocimiento es inútil hoy en día. Ha dado lugar a lo que se conoce como «educación bulímica»: memorizar una cantidad enorme de datos para vomitarlos el día del examen y no recordarlos nunca más. Muchos de nosotros no aprobaríamos un examen en el que nos preguntaran el nombre de las capitales mundiales (con el agravante de que muchas han cambiado desde que las estudiamos) o seríamos incapaces de colocar correctamente el nombre de todos los principales ríos europeos en un mapa mudo. Y eso que de pequeños lo aprendimos.

En su día estudié la vida y obra de Machado. En la actualidad, ¿qué recuerdo de aquello? Pues mucho menos de lo que encontraré si busco en Internet. Lo curioso es que lo que me queda es aquello que aprendí sin memorizar. Sé de memoria muchos poemas de Machado gracias a las canciones que Serrat musicó en su día y que yo habré cantado miles de veces. Y por eso me acuerdo de que Machado nació en Sevilla («Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla» decía el poema-canción). ¿Por qué me acuerdo más de Machado que de otros autores de su generación que también estudié? Porque no hice un aprendizaje bulímico de Machado, sino lúdico y placentero. El resto de autores de la generación del 98 simplemente los memoricé, me examiné y olvidé. A Machado, no.

Pero que el hecho de memorizar no sea tan importante en la actualidad porque tenemos la información al alcance de la mano no quiere decir que no debamos trabajar la memoria. Y es que la gente confunde memoria con memorizar. No es lo mismo. La memoria es una gran herramienta que debe trabajarse y cultivarse. Pero no hace falta hacerlo empollando las asignaturas.

Los niños ya memorizan: se aprenden canciones, cuentos enteros, los nombres de los niños de su colegio o los jugadores de su equipo preferido. A nivel académico, hay que aprender las tablas de multiplicar y el abecedario, ya que ambas cosas nos van a facilitar mucho nuestra vida. La memoria ya se trabaja por sí sola en la infancia. 

Fomentemos que nuestros hijos desarrollen una buena memoria, pero no que sus aprendizajes sean memorísticos, porque los olvidarán.

Los aprendizajes deben tener una elevada carga emocional (que gusten, que sean lúdicos, motivadores…) y una baja carga memorística si queremos que perduren en el tiempo.

En cuanto a trabajar y desarrollar la memoria, hay formas más agradables que estudiando y repitiendo, créanme. Veamos algunas:
• En primer lugar, intente que comprendan lo que van a tener que aprender. Si uno entiende, es más fácil que lo fije en la memoria de forma permanente. Si no, esa memorización va a durar lo mismo que el examen.
• Enséñeles reglas nemotécnicas. No sé por qué, pero a los alumnos les encantan. Y seguramente muchos de nosotros recordamos cosas inverosímiles que aprendimos con reglas nemotécnicas.
• La repetición ayuda, aunque también aburre más. Pero hay aprendizajes (como las tablas de multiplicar o el abecedario) que deben memorizarse y que la clave está en repetir. Para no ser tan aburrido, se pueden repetir visualmente (si tienen a la vista el abecedario en la pared durante varios cursos, acaban aprendiéndose el orden de las letras sin hacer nada) o cantando. Por eso hay muchas canciones en todos los idiomas para aprender el abecedario o las tablas.
• Déjeles jugar. Hay juegos (como el Memory) que ya están encaminados a trabajar la memoria, pero en la mayoría de juegos de mesa (de cartas, por ejemplo) hay que memorizar las cartas que han salido o la jugada que ha hecho el contrario.
• No estrese a los alumnos. Un alumno estresado o bajo presión pierde la memoria (a los adultos también nos pasa). ¿Cuántas veces ha tenido que hablar ante un auditorio o en una reunión y lleva una notita en un papel porque sabe que si está nervioso la memoria le puede jugar una mala pasada? Por eso en muchos concursos de la tele, el concursante de turno seguro que ha demostrado más conocimientos fuera del plató que ante las cámaras. «El exceso de hormonas del estrés o descargas de catecolaminas parece perjudicar a las contribuciones del hipocampo y de la amígdala, respectivamente, en el procesamiento de la memoria». Siegel, D. J., La mente en desarrollo.

Si quiere que sus alumnos/hijos desarrollen la memoria, no les fuerce y deles tiempo y tranquilidad.

LA ESCUELA FELIZ de Rosa Jové

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